“La
vida de fe exige la
santidad y el apostolado”
En el octavo día del
novenario en honor a la Inmaculada Concepción de María, el miércoles 6 de
diciembre rindieron su homenaje a la Madre del Valle los Pueblos Originarios y
Colectividades del medio, asociaciones, consulados, durante la misa central
presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por el
Vicario General de la Diócesis, Pbro. Julio Quiroga del Pino, y los Pbros.
Antonio Bulacio y Lucas Segura. También se unió a esta Eucaristía el Concejo Deliberante
de Valle Viejo.
Fue una celebración
especial, que contó con la participación de representantes de las distintas colectividades
ataviados con trajes típicos y banderas de sus países de origen, entre ellos Italia,
España, Irlanda, con el marco de la argentina y papal, en un templo desbordado
de fieles y peregrinos.
Monseñor Urbanc, quien es
descendiente de eslovenos, celebró la misa en su idioma de origen. El Evangelio
fue leído en inglés; las lecturas bíblicas fueron realizadas en italiano y en
español de Galicia; en tanto que la oración de los fieles se hizo en árabe. Por
su parte, los cantos litúrgicos, en inglés, latín, francés, italiano; en quechua:
el Kyrie (oración también denominada “Señor, ten piedad”) y el Aleluya.
En parte de su homilía, expresó
que “el Evangelio de hoy nos hace caer en la cuenta, a la vez, de la necesidad
de hombres que conduzcan a otros hacia Jesucristo. Quienes lleven a los
enfermos a Jesús para que los cure son imagen de todos los que saben que el
acto más grande de caridad para con el prójimo es acercarlo a Cristo, fuente de
toda Vida. La
vida de fe exige, pues, la santidad y el apostolado”.
Luego dijo que “debemos
tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús, quien busca al hombre en toda
necesidad y se hace el encontradizo. ¡Cuán bueno es el Señor con nosotros!; y
¡cuán importantes somos las personas a sus ojos! Sólo con pensarlo se dilata el
corazón humano lleno de agradecimiento, admiración y deseo sincero de conversión.
También todos nosotros tenemos necesidad de Él, de su ternura, de su perdón, de
su luz, de su misericordia”.
En otro tramo expresó: “Si
nos diéramos cuenta de cómo Jesús se apoya en nosotros, y del valor que tiene
todo lo que hacemos para Él, por pequeño que sea, nos esforzaríamos más y más
en corresponderle con todo nuestro ser”.
Y pidió a "la Madre de la Providencia y la
Generosidad”: “Ayúdanos a valorar las enseñanzas y ejemplos de Jesús, para que
hagamos de esta tierra la ‘casa común’, la casa de todos, con la firme
convicción que todos somos hermanos, hijos de un mismo Padre”.
El canto a la Virgen fue una
vidala con caja interpretada por Rafael Toledo y la despedida se realizó con el
canto a la Virgen del Valle en inglés, francés y español. De esta manera, en
diversos idiomas se alabó a Dios y se honró a la Patrona de Catamarca.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos devotos y
peregrinos:
En este octavo día de la
novena se nos propuso ver a la piedad popular como banquete de comunión y
solidaridad. Le vamos a pedir a san Nicolás, cuya memoria celebramos, que nos
ayude a relacionar nuestra piedad con acciones solidarias y que fortalezcan la
comunión.
Hoy rinden su homenaje a la
Virgen del Valle hermanos de los pueblos originarios y colectividades de
diversas inmigraciones. Bienvenidos a esta celebración con la que honramos a
nuestra Madre común. Que Ella nos ayude a superar diferencias y, sobre todo, a
no dejarnos trampear por ideologías serviles a mezquinos e inhumanos intereses
de taimados poderes intercontinentales que sólo buscan dominio, destrucción de
vínculos y militante beligerancia, con proverbial lealtad al Maligno, que no
soporta que la Virgen Inmaculada haya dado a Luz al que lo venció en el Árbol de
la Cruz.
El profeta Isaías nos
alimenta la esperanza de una manera increíble, para algunos o quizás muchos,
parecería hasta irónica, cuando describe en qué va a consistir la intervención
de Dios en la historia humana: “En aquel día, preparará el Señor del universo
para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un
festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados… Aniquilará la
muerte para siempre, enjugará las lágrimas de todos los rostros, y alejará el
oprobio de su pueblo” (Is 25,6-8).
En el texto hay una
indicación de tiempo: ‘en aquel día’, se refiere al de la muerte de Jesús en la
cruz, y una de lugar ‘en este monte’, el Calvario, en el monte Sión. Todo esto
llevado a lo sacramental en la Liturgia, que celebra y actualiza lo ya sucedido
y hace partícipe de los frutos de aquello, siempre que se realiza, hasta el fin
de los tiempos. Lo que Dios hace por medio de su Hijo hecho hombre, es ofrecer
el banquete eucarístico ‘manjar suculento para todos los pueblos’ (es
importantísimo subrayar todos los pueblos, razas, culturas, estratos sociales,
etc.), cuyos frutos son la aniquilación de la ‘muerte eterna, el enjugue de lágrimas
de todos los rostros y la eliminación de todo oprobio’, que es la tarea a la
que involucra a todo aquél que participa y comulga el Cuerpo de Cristo, puesto
que la Eucaristía es celebración y compromiso.
Si nos vestimos de
esperanza, podremos entrar al ágape de manjares suculentos, de abundancia
mesiánica, con el mejor aceite del consuelo y el vino generoso de la espera. Un
agasajo que el Señor prepara para todos los pueblos. Un banquete que enjuga
lágrimas y pone fin a toda ignominia, pues ha sido preparado con esmero por el
Padre Dios para toda la humanidad. Es el festín en el que conversarán los
mudos, recuperarán la vista los ciegos, podrán levantarse los lisiados y
rengos, superando toda diferencia, porque Dios ha derramado su misericordia
sobre todos. Es la fiesta que desacreditará nuestras dudas, miedos,
desconfianzas y mezquindades: «¿De dónde vamos a sacar en despoblado panes
suficientes para saciar a tanta gente?» (Mt 15,33), multiplicada por la
historia de desesperanza de un mundo que cada vez más prescinde de Dios con su
tesitura de descreimiento: ¿Acabarán alguna vez la pobreza, el hambre, las
guerras, los odios, la injusticia, los abusos de toda índole, el dolor, etc.? a
lo que el Evangelio responde: «Comieron todos hasta saciarse y recogieron las
sobras: 7 canastas llenas» (Mt 15,37). Dios ha dejado de ser el fundamento del
orden social y el principio integrador de la cultura. De una afirmación social
masiva, pública e institucional de Dios se ha ido pasando a una situación de
indiferencia cada vez más generalizada. La cuestión de Dios apenas atrae o
inquieta: sencillamente deja indiferente a un número cada vez mayor de
personas. La fe en Dios parece diluirse en la conciencia de las personas. Dios
no interesa. Cada vez son menos los que piensan en él como principio orientador
de su comportamiento.
La realidad pone a prueba nuestra fe en la
Palabra; entonces, ¿vamos a dejar que triunfe la triste realidad? ¿Por qué no
confiarnos a la profecía de la felicidad plena para todos y a la leve insinuación
de Jesús? Él no nos recrimina la vacilación nociva, en esta escena de la
multiplicación de los panes. Sencillamente, sigue actuando… y se produce el
milagro.
En medio de tanto llanto, de
tanto sufrimiento, de tanto dolor, Dios sigue guiándonos hacia la Boda
Mesiánica del amor, la bondad, la justicia, la fraternidad, la alegría, la
solidaridad, etc. Seamos ‘ingenuos’, ‘crédulos’, para neutralizar los miedos de
destrucción masiva, que harían girones el traje de la esperanza y la confianza
en la Providencia del Buen Padre, Dios. El Papa Francisco no piensa en una
etapa triste que nos vemos forzados a recorrer para poder sobrevivir. Nos dice
que hemos de impulsar esta renovación «con generosidad y valentía, sin
prohibiciones ni miedos» (EG. 33); sin olvidar que hemos de comunicar el
mensaje de Jesús ‘desde el corazón del Evangelio’, concentrando el anuncio «en
lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo
tiempo lo más necesario» (EG. 35).
El Evangelio de hoy nos hace
caer en la cuenta, a la vez, de la necesidad de hombres que conduzcan a otros
hacia Jesucristo. Quienes lleven a los enfermos a Jesús para que los cure son
imagen de todos los que saben que el acto más grande de caridad para con el
prójimo es acercarlo a Cristo, fuente de toda Vida. La vida de fe exige, pues,
la santidad y el apostolado.
Debemos tener los mismos
sentimientos de Cristo Jesús (cf. Flp 2,5): «Siento compasión de la gente» (Mt
15,32), no puedo dejarlos hambrientos y fatigados (cf. Mt 9,36). Cristo busca
al hombre en toda necesidad y se hace el encontradizo. ¡Cuán bueno es el Señor
con nosotros!; y ¡cuán importantes somos las personas a sus ojos! Sólo con
pensarlo se dilata el corazón humano lleno de agradecimiento, admiración y
deseo sincero de conversión. También todos nosotros tenemos necesidad de Él, de
su ternura, de su perdón, de su luz, de su misericordia.
Ahora bien, este Dios hecho
hombre, que todo lo puede y que nos ama como nadie, y a quien necesitamos en
todo y para todo, «sin mí nada pueden hacer» (Jn 15,5), se impone necesitarnos
al contar con los siete panes y los pocos peces que usará para alimentar a
la multitud. Si nos diéramos cuenta de
cómo Jesús se apoya en nosotros, y del valor que tiene todo lo que hacemos para
Él, por pequeño que sea, nos esforzaríamos más y más en corresponderle con todo
nuestro ser.
Querida Madre de la
Providencia y la Generosidad, ayúdanos a valorar las enseñanzas y ejemplos de
Jesús, para que hagamos de esta tierra la ‘casa común’, la casa de todos, con
la firme convicción que todos somos hermanos, hijos de un mismo Padre. Así sea.
¡¡¡Viva la Madre de todos
los hombres!!!