En la noche del viernes 13
de abril, sexto día del Septenario, los jóvenes rindieron su homenaje, que
comprendió una previa en el Paseo de la Fe con la participación de una murga, y
la Misa presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada
por el Asesor de la Pastoral Juvenil Diocesana, Pbro. Facundo Brizuela.
Durante su homilía, tomando
como eje el Evangelio referido a la multiplicación de los panes para saciar a
la multitud hambrienta, Mons. Urbanc reflexionó que “actuar y remediar estas
hambres no es suficiente: el pan que Jesús distribuye, el nuevo y definitivo
maná, está destinado a saciar también otras hambres más profundas y definitivas:
hambre de bien y de salvación, hambre de verdad y de justicia, hambre de Dios”.
Asimismo, enfatizó que “no
se puede reducir el mensaje cristiano a un discurso de solidaridad social o
económica, aunque ésta sea una exigencia de la verdadera fe. Si se diera tal
reduccionismo, es fácil caer en la tentación de ‘usar’, de manipular a Dios,
para hacer de Él el talismán de nuestros deseos y nuestros planes, como aquella
multitud que, viendo el signo poderoso de Jesús, quiso llevárselo y proclamarlo
rey a la fuerza. Cuando hacemos así, en realidad ya estamos abandonando a
Cristo, estamos rechazando su mensaje, el significado verdadero de sus signos,
y lo forzamos a alejarse de nosotros, a quedarse solo, como se quedó solo ante
los que decidieron matarlo”.
Dirigiéndose a los jóvenes
los exhortó: “Aliméntense de la Eucaristía para que tengan la
fuerza que
necesitan de manera que den testimonio de Jesús en cualquier circunstancia, sea
en situaciones muy dolorosas, como, sobre todo, en las exigencias de cada día,
que es donde más cuesta rechazar la tentación de la mediocridad”.
“Jamás pongan excusas ante
Jesús, pongan los cinco panes y dos pescados que siempre tendrán y verán los
milagros que hace el amor, la generosidad, la fe y la solidaridad”, afirmó.
Y rogó a la Virgen María: “Madre
de los jóvenes, haz que cada uno de estos jóvenes esté dispuesto a hacer de su
corazón tu casa, donde Tú seas la Reina que guíe sus vidas, que los fortalezca
en sus debilidades y miedos, los levante de sus caídas, los cure de las
secuelas del pecado, los libere de los
vicios, los entusiasme en los nobles
proyectos, los ilumine en sus decisiones y los conduzca por los senderos del
bien, la justicia, la verdad y la libertad. Madre, son tuyos, recíbelos. Que
sientan tu amor maternal y jamás se aparten de Ti”.
En el momento de preparar la
mesa eucarística, los alumbrantes acercaron elementos para el servicio a los
hermanos peregrinos, junto con el pan y el vino.
Antes de finalizar la Eucaristía,
el Padre Facundo Brizuela presentó a los miembros del Equipo de Pastoral
Juvenil de la Diócesis, y comentó que una delegación de 250 catamarqueños
participará del Encuentro Nacional de Juventud, que se realizará este año en
Rosario, Santa Fe.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos devotos y peregrinos:
En este sexto día del septenario honran a la Santísima
Madre del Valle nuestros jóvenes, presente y futuro de la Iglesia y de la
sociedad toda. Bienvenidos queridos jóvenes. ¡Paz y Bien!
Se nos propuso meditar en esta jornada acerca del desafío
que se le presenta a la Piedad Popular de compartir desde la pobreza… Sí,
queridos jóvenes, ustedes materialmente podrán sentirse pobres, a pesar de que
poseen muchos chiches que les ofrece la sociedad de consumo, pero son muy ricos
con el potencial de fuerza, energías y posibilidades que tienen. El secreto
está en saber equilibrar todo, para ello necesitan recurrir a la experiencia de
sus mayores, de modo que sepan tomar la decisión correcta.
Antes de proseguir daré continuidad a la lectura de la
carta Placuit Deo, cap. III, que comencé a leerles ayer, a pedido del Papa
Francisco…
La pedagogía de la Liturgia, luego de habernos adentrado
en la importancia del bautismo, ahora nos ocupará durante una semana con la
Eucaristía, como lugar privilegiado donde ver al Señor y encontrarse con él. El
evangelista Juan, que no recoge en su Evangelio la institución de la
Eucaristía, la presenta, en cambio, en el gran discurso del Pan de Vida (Jn 6).
Una situación de necesidad
sirve como introducción a este discurso y los diferentes diálogos. Cerca ya de
la Pascua una multitud se encuentra con Jesús en un lugar solitario, situación
que evoca al pueblo judío en el desierto, milagrosamente alimentado por Dios
con el maná, lo cual plantea un dilema: ¿Cómo alimentar a una multitud en
descampado? Jesús, nuevo Moisés, alimentará a la muchedumbre a partir de
escasos medios que toma, bendice y reparte con una fórmula eucarística
evidente. Jesús es superior a Moisés, porque éste fue un mediador entre Dios y
el pueblo, mientras que aquí es el mismo Dios humanado quien da de comer a la
multitud.
El carácter eucarístico de
la situación, que se irá revelando en los diálogos posteriores en la sinagoga
de Cafarnaúm, no niega sino que se basa en una necesidad física: el hambre de
pan. No se pueden separar demasiado radicalmente las necesidades materiales y
las espirituales. La atención a las primeras es señal y testimonio de un
espíritu nuevo. El que come el pan de la eucaristía no puede no abrir sus ojos
con misericordia a las necesidades de los hambrientos (de tantas y diferentes
hambres). La sabiduría de la fe pide actuar a favor de los necesitados. Va más
allá de esa otra sabiduría humana, reconocida por Lucas en el fariseo Gamaliel
que, con respeto a los insondables planes de Dios, se limita a abstenerse de
hacer mal (Hch 5,34-42).
Pero actuar y remediar estas
hambres no es suficiente: el pan que Jesús distribuye, el nuevo y definitivo
maná, está destinado a saciar también otras hambres más profundas y
definitivas: hambre de bien y de salvación, hambre de verdad y de justicia,
hambre de Dios. No se puede reducir el mensaje cristiano a un discurso de
solidaridad social o económica, aunque ésta sea una exigencia de la verdadera
fe. Si se diera tal reduccionismo, es fácil caer en la tentación de “usar”, de
manipular a Dios, para hacer de Él el talismán de nuestros deseos y nuestros
planes, como aquella multitud que, viendo el signo poderoso de Jesús, quiso
llevárselo y proclamarlo rey a la fuerza. Cuando hacemos así, en realidad ya
estamos abandonado a Cristo, estamos rechazando su mensaje, el significado
verdadero de sus signos, y lo forzamos a alejarse de nosotros, a quedarse solo,
como se quedó sólo ante los que decidieron matarlo.
Queridos jóvenes,
aliméntense de la Eucaristía para que tengan la fuerza que necesitan de manera
que den testimonio de Jesús en cualquier circunstancia, sea en situaciones muy
dolorosas, como, sobre todo, en las exigencias de cada día, que es donde más
cuesta rechazar la tentación de la mediocridad. Estén dispuestos a recibir
ultrajes por el Nombre de Jesús (cf. Hch 5,41). “El Señor es su luz y su
salvación, ¿a quién van a temer? El Señor es la defensa de su vida, ¿quién los
hará temblar? Esperen en el Señor, sean valientes, tengan ánimo, esperen en el
Señor” (cf. Sal 26,1.14). Jamás pongan excusas ante Jesús, pongan los cinco
panes y dos pescados que siempre tendrán y verán los milagros que hace el amor,
la generosidad, la fe y la solidaridad (cf. Jn 6,9).
Santa María, Madre de los jóvenes, haz que cada uno de estos
jóvenes esté dispuesto a hacer de su corazón tu casa, donde Tú seas la Reina
que guíe sus vidas, que los fortalezca en sus debilidades y miedos, los levante
de sus caídas, los cure de las secuelas del pecado, los libere de los vicios,
los entusiasme en los nobles proyectos, los ilumine en sus decisiones y los
conduzca por los senderos del bien, la justicia, la verdad y la libertad.
Madre, son tuyos, recíbelos. Que sientan tu amor maternal y jamás se aparten de
Ti.