“Nuestra devoción a la Virgen
del Valle tiene que ser un medio para
llegar a Jesús”
En la noche del miércoles 11 de abril, cuarto día
del Septenario, rindieron su homenaje a la Virgen del Valle el Ámbito del
Deporte Estatal provincial y municipal, Clubes, Círculos, Federaciones,
Asociaciones Automovilísticas, Club Autos de Época, Cámara de Comercio,
Sindicato de Comercio y Centro de Empleados de Comercio.
Participaron autoridades de la Secretaría de
Deportes de la Provincia y de la Secretaría de Cultura y Deporte de la
Municipalidad de la Capital, encabezadas por el Dr. Maximiliano Brumec, y el
Arq. Luis Mauvecín, respectivamente, como también del sector del Comercio.
La ceremonia fue presidida por el Obispo Diocesano,
Mons. Luis Urbanc, quien en su
homilía, tomando la temática propuesta, dijo que
“la fe en Jesucristo debe ser el centro de la piedad popular. De manera que
nuestra devoción a la Virgen del Valle tiene que ser un medio para llegar a
Jesús, el Redentor de la humanidad, el Hijo de Dios hecho hombre que vino a
restablecer la comunión de la creatura con el Creador y a elevarnos a la
participación de su divinidad por medio de la filiación divina”.
En este sentido expresó que “es verdad que la fe que
se encarnó en la cultura puede ser profundizada y penetrar cada vez mejor la
forma de vivir de nuestros pueblos. Pero eso sólo puede suceder si valoramos
positivamente lo que el Espíritu Santo ya ha sembrado. La piedad popular es un ‘imprescindible
punto de partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más
fecunda’. Por eso, el discípulo misionero tiene que ser ‘sensible a ella, saber
percibir sus dimensiones interiores y sus valores innegables’. Cuando afirmamos
que hay que evangelizarla o purificarla, no queremos decir que esté privada de
riqueza evangélica. Simplemente deseamos que todos los miembros del pueblo
fiel, reconociendo el testimonio de María, traten de imitarla cada día más”.
Al referirse al mensaje de los textos bíblicos
proclamados manifestó que “la nueva vida que introduce la Resurrección de
Jesucristo y que la recibimos por el bautismo es una vida centrada en el amor,
es decir, en ser amados y en amar”, apuntando que “lamentablemente con el
vocablo amor maquillamos sentimientos volubles, rosas y románticos que, como
vienen, se va. Pero el amor es mucho
más que sentimiento: abarca la entera
realidad personal, todas sus dimensiones. Y no puede ser de otra manera, porque
el Dios en el que creemos, un Dios personal, habitado por relaciones
personales, es amor. Así pues, el amor, sí, siente, pero también conoce y
comprende, quiere, decide y pasa a la acción”.
Como sucede en cada celebración eucarística, los
alumbrantes acercaron hasta el altar elementos que serán destinados a la
atención de los peregrinos, junto con el pan y el vino.
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos devotos y peregrinos:
En
este cuarto día del septenario participan como alumbrantes representantes del
mundo del deporte: autoridades provinciales y municipales, miembros de clubes, círculos,
federaciones, asociaciones, etc. También miembros de la Cámara de Comercio, del
Sindicato y del centro de empleados. Bienvenidos a esta celebración.
“Es
verdad que la fe que se encarnó en la cultura puede ser profundizada y penetrar
cada vez mejor la forma de vivir de nuestros pueblos. Pero eso sólo puede
suceder si valoramos positivamente lo que el Espíritu Santo ya ha sembrado. La
piedad popular es un “imprescindible punto de partida para conseguir que la fe
del pueblo madure y se haga más fecunda”. Por eso, el discípulo misionero tiene
que ser “sensible a ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus
valores innegables”. Cuando afirmamos que hay que evangelizarla o purificarla,
no queremos decir que esté privada de riqueza evangélica. Simplemente deseamos
que todos los miembros del pueblo fiel, reconociendo el testimonio de María,
traten de imitarla cada día más. Así
procurarán un contacto más directo con la
Biblia y una mayor participación en los sacramentos, llegarán a disfrutar de la
celebración dominical de la Eucaristía, y vivirán mejor todavía el servicio del
amor solidario. Por este camino se podrá aprovechar todavía más el rico
potencial de santidad y de justicia social que encierra la mística popular”
(Documento de Aparecida n° 262). “Nuestros pueblos se identifican
particularmente con el Cristo sufriente, lo miran, lo besan o tocan sus pies
lastimados como diciendo: Este es el “que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,
20). Muchos de ellos golpeados, ignorados, despojados, no bajan los brazos. Con
su religiosidad característica se aferran al inmenso amor que Dios les tiene y
que les recuerda permanentemente su propia dignidad. También encuentran la
ternura y el amor de Dios en el rostro de María” (ídem n°265).
El
mensaje de los textos bíblicos proclamados es particularmente elocuente, puesto
que la nueva vida que introduce la Resurrección de Jesucristo y que la
recibimos por el bautismo es una vida centrada en el amor, es decir, en ser
amados y en amar. Lamentablemente con el vocablo amor maquillamos sentimientos
volubles, rosas y románticos que, como vienen, se va. Pero el amor es mucho más
que sentimiento: abarca la entera realidad personal, todas sus dimensiones. Y
no puede ser de otra manera, porque el Dios en el que creemos, un Dios
personal, habitado por relaciones personales, es amor. Así pues, el amor, sí,
siente, pero también conoce y comprende, quiere, decide y pasa a la acción.
Cada
uno puede experimentar en qué consiste el verdadero amor. El amor es voluntad,
decisión y entrega que comporte renuncias y sufrimientos. No se ama de verdad a
otra persona si no se está dispuesto de algún modo a sufrir por ella. ¿Acaso no
nos hacen sufrir más aquellos a los que más amamos? Esto es así en nosotros,
que somos limitados y débiles, pero no en Dios, que es omnipotente; a Él amar
no le cuesta nada. Además, el amor, por ser lo más valioso, es un don gratuito,
que no se puede comprar: “si alguien quisiera comprar el amor con todas las
riquezas de su casa, se haría despreciable” (Ct. 8,7). Pero gratis no significa
barato. Jesús nos lo recuerda hoy: el inmenso amor de Dios al mundo, un amor
extremo y exagerado, le ha costado el desgarro de la entrega de su Hijo, una
entrega total y dolorosa, hasta la muerte. No le ha salido barato a Dios
amarnos “tanto”, hasta el extremo: El apóstol Pedro, afirma: “Los rescataron,
no con oro y plata, sino a precio de la sangre de Cristo” (1 Pe 1,18).
Corazones avaros y mezquinos matan el amor porque no
están dispuestos a pagar su precio. Cuando se impone el egoísmo nos condenamos
porque no creemos en el amor. Sin embargo, en la Resurrección nos damos de
lleno con el verdadero amor, que triunfa sobre el egoísmo, porque se ha
entregado del todo, asumiendo el precio que esa entrega comporta. Vivir en este
mundo, en el ámbito de la resurrección por el bautismo, significa vivir
creyendo que ese precio vale la pena, porque en realidad es una ganancia. Lo
que se expresa en el testimonio de fe público del Cristo Resucitado, por el que
hay que estar dispuesto a pagar el precio de la persecución, con la certeza de
que ninguna persecución podrá acallar la Palabra, porque no es posible
amordazar el Amor con el que tanto amó Dios al mundo.
“Bendita Madre del Valle, enséñanos a amar como Tú,
como tu amado Hijo, sin cálculos, sin tacañería, sin melodramas, dispuestos a
darlo todo y a darnos por completo, hasta la última gota de sangre, para que
podamos participar de los beneficios de la Resurrección y la Salvación eterna,
de los que ya somos beneficiarios por la gracia del Bautismo”. ¡Así sea!