“Si seguimos reduciendo la
educación en la fe de las nuevas generaciones a la mera catequesis de comunión
o confirmación y esporádicas asistencias a Misa u otro rito, la vida cristiana
será cada vez menos significativa e incidente en la persona y la sociedad”,
dijo el Obispo.
En la noche del domingo 8 de
abril, primer día del Septenario, muchos niños y embarazadas, acompañados por
sus familias, colmaron el Santuario Mariano para rendirle homenaje a la Virgen
del Valle. Hubo alegría y entusiasmo durante toda la celebración.
La Misa central de la
jornada dio inicio con el ingreso del Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y el
Pbro. Santiago Granillo, Asesor de la Pastoral de la Niñez, precedidos por una
procesión de niños de todas las edades llevando en brazos imágenes de la Virgen
María y de los Santos para ser bendecidos como un gesto en el Año de la Piedad Popular,
que vive la Iglesia en su camino a la
celebración de los 400 años de la
presencia maternal de María en el Valle. Por su parte, las mujeres embarazadas
se ubicaron en la nave central, luciendo pequeños mantos de la Virgen
obsequiados por el Equipo de la Pastoral de la Niñez.
Los pequeños fueron
invitados por el Obispo a ubicarse en el Presbiterio junto con él para que
puedan estar cómodos y cerca de la Madre Morena.
Durante su homilía, Mons.
Urbanc mencionó que en esa jornada, la Iglesia celebró a la Divina Misericordia,
y al reflexionar acerca del don de la Fe, como tema propuesto, indicó que “para
creer, como pide la Palabra de Dios, tenemos que ser como niños, quienes
aceptan las cosas sin muchas o ninguna
explicación. Les basta saber que quien
le da la respuesta es alguien que los ama y por eso es creíble”.
Al referirse al texto del
Evangelio afirmó que “deducimos que la fe se da siempre en el seno de una
comunidad. No se reconoce a Jesús en la soledad, sino en la relación con los
hermanos que forman la comunidad eclesial. Es la comunidad creyente la que va
haciendo el camino de la fe, apoyándose unos a otros, poniendo en común las
dudas y las dificultades, los hallazgos y las seguridades”.
En este sentido afirmó que “los
creyentes se arriesgan a creer en común, lo que es siempre más complicado, pero
más gozoso que creer en solitario. En la relación fraterna, la
confesión de la
fe se convierte en compromiso público que cada uno debe verificar en su
conducta diaria delante de los demás. Eso es lo que le sucedió al apóstol
Tomás: no estaba con el grupo cuando se les apareció Jesús y descree del
testimonio de ellos que a la vez vieron al Señor. Jesús le reprochará, como a
nosotros tantas veces: ‘no seas incrédulo, sino creyente’”.
Dirigiéndose especialmente a
los papás y mamás, dijo que “los niños necesitan ser educados en la fe,
esperanza y caridad, como en el conocimiento de la Palabra de Dios desde su
misma gestación”, agregando que “tenemos que convencernos que si seguimos
reduciendo la educación en la fe de las nuevas generaciones a la mera
catequesis de comunión o confirmación y esporádicas asistencias a Misa u otro
rito, la vida cristiana será cada vez menos significativa e incidente en la
persona y la sociedad”.
Ante esto manifestó que “el
hogar es el punto de partida de la vida cristiana; sobre todo si nos preocupa
la evangelización de los niños y
jóvenes. Los catequistas o maestros de
religión pueden darles a los niños una lección sobre la salvación y la vida
cristiana, pero no pueden acompañarlos en la mayor parte de sus experiencias de
vida. No basta con que los padres lleven a sus hijos a participar en algunos
ritos, sino que deben formarlos en la fe desde su hogar”, que debe “ser el
centro, desde el cual sus miembros aprenden, viven y trasmiten la fe y la
esperanza cristianas”.
Los alumbrantes participaron
de la liturgia y acercaron las ofrendas al altar.
Al finalizar, los niños, las
embarazas y los papás presentes recibieron la bendición especial del Pastor
Diocesano.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos devotos y
peregrinos:
En este primer día del septenario en honor a
la Virgen del Valle honran con su presencia a la Madre celestial los niños y
mamás que están gestando un nuevo ser humano. Bienvenidos a esta celebración y
que reciban muchas bendiciones.
Hoy es el día de la Divina Misericordia y se nos propuso
reflexionar acerca del inmerecido y precioso don de la
FE.
En la segunda lectura, escuchamos que “todo el que cree
que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios;… y que en esto corroboramos que
amamos a Dios: si cumplimos sus mandamientos… Y, que para vencer al mundo, es
necesario creer que Jesús es el Hijo de Dios” (Hch 4,32-35).
Para creer, como pide la Palabra de Dios, tenemos que ser
como niños, quienes aceptan las cosas sin muchas o ninguna explicación. Les
basta saber que quien le da la respuesta es alguien que los ama y por eso es
creíble. Ya Jesús en el Evangelio nos dice que si no somos como niños no
entraremos en el Reino de los Cielos (Mt 18,3). Éstos son los que vencen al
mundo.
La fe en el Resucitado hizo que los primeros cristianos
“pensaran y sintieran lo mismo”, “que nadie considerara suyo propio, nada de lo
que tenía” y “que todo lo ponían en común y se repartía según las necesidades”
(cf. Hch 4,32-35). La fe en el Resucitado estaba animada por la Caridad (cf.
Gal 5,6). ¡Cómo no “dar gracias al Señor porque es bueno y porque es grande su
misericordia”! (cf. Sal. 117, 2-4.16ab-18.22-24).
Del texto del Evangelio
deducimos que la fe se da siempre en el seno de una comunidad. No se reconoce a
Jesús en la soledad, sino en la relación con los hermanos que forman la
comunidad eclesial. Es la comunidad creyente la que va haciendo el camino de la
fe, apoyándose unos a otros, poniendo en común las dudas y las dificultades,
los hallazgos y las seguridades. Los creyentes se arriesgan a creer en común,
lo que es siempre más complicado, pero más gozoso que creer en solitario. En la
relación fraterna, la confesión de la fe se convierte en compromiso público que
cada uno debe verificar en su conducta diaria delante de los demás. Eso es lo
que le sucedió al apóstol Tomás: no estaba con el grupo cuando se les apareció
Jesús y descree del testimonio de ellos que a la vez vieron al Señor. Jesús le
reprochará, como a nosotros tantas veces: ‘no seas incrédulo, sino creyente’.
Ojalá a todos nos cayera
bien que Jesús nos diga: “Dichoso de ti que crees sin haber visto, sin tener
evidencias”. Hoy se nos propone a nosotros, comunidad cristiana, encontrarnos
con Jesús. No con el Jesús que nos imaginamos, sino con el Jesús real de los
Evangelios y de la sabia Tradición de la Iglesia. Se nos impone leer la Biblia
y conocer la Tradición con detalle. Para comprometernos a seguirle, porque está
vivo, porque ha resucitado. Creer en su resurrección compromete nuestra vida de
tal modo que nada puede seguir igual. Delante de los hermanos tenemos que
comprometemos a vivir como cristianos, como sus discípulos-misioneros, las 24
horas del día.
Mis queridos hermanos, en
especial, los papás y mamás, convénzanse que los niños necesitan ser educados
en la fe, esperanza y caridad, como en el conocimiento de la Palabra de Dios
desde su misma gestación. Así lo expresa san Pablo a Timoteo, a quien elogia de
conocer las Escrituras desde niño, que le pueden dar la sabiduría necesaria
para la salvación mediante la fe en Cristo Jesús (2 Tim 3,15).
Tenemos que convencernos que si seguimos reduciendo la
educación en la fe de las nuevas generaciones a la mera catequesis de comunión
o confirmación y esporádicas asistencias a Misa u otro rito, la vida cristiana
será cada vez menos significativa e incidente en la persona y la sociedad.
Ante esto, debemos, una y
otra vez, recobrar la visión bíblica: el hogar es el punto de partida de la
vida cristiana; sobre todo si nos preocupa la evangelización de los niños y
jóvenes. Los catequistas o maestros de religión pueden darles a los niños una
lección sobre la salvación y la vida cristiana, pero no pueden acompañarlos en
la mayor parte de sus experiencias de vida. No basta con que los padres lleven
a sus hijos a participar en algunos ritos, sino que deben formarlos en la fe
desde su hogar. Tristemente, muchos hijos de padres católicos terminan siendo
cuasi-evangelizados en el colegio o en la universidad. Todo parece indicar que
la actual estructura eclesial y los modelos de misión y evangelización le han
sacado al hogar cristiano el privilegio de ser el centro, desde el cual sus
miembros aprenden, viven y trasmiten la fe y la esperanza cristianas.
Le pidamos a la Virgen Santa que prodigue muchas gracias
sobre nuestros hogares para que se vuelvan verdaderas escuelas de fe y vida.
Amén
¡Madre de los hogares
cristianos, ruega por nosotros!