En la tarde del sábado 14 de
abril, rindieron su homenaje a la Virgen del Valle las distintas comunidades
religiosas que prestan servicio en la diócesis: Padres Misioneros Claretianos,
Comunidad Franciscana y Orden Franciscana Seglar, Hermanas del Huerto,
Monasterio Inmaculada Concepción Monjas Dominicas, Hermandad Dominicana, FASTA,
Hnas. Carmelitas Misioneras Teresianas, Hnas. de la Fraternidad Eclesial Franciscana, Hnas.
Misioneras Catequistas de Cristo Rey, Hermanas Nazarenas, Hnas. Franciscanas
Misioneras de la Natividad, Padres Lourdistas, Hnas. del Verbo Encarnado,
Instituto
Cristíferas.
La Santa Misa fue presidida
por el sacerdote franciscano Eligio Bazán, quien en su homilía puso de realce
la figura de María como Madre, a quien “la contemplamos de una manera especial en
este Santuario, donde somos convocados por su tierna maternidad”, dijo,
apuntando que “debemos seguir su ejemplo como modelo de fidelidad. Así como
expresamos el amor que le tenemos en el culto, también nos debemos exigir un
compromiso de fidelidad”.
“Preparándonos para celebrar
los 400 años
del encuentro de María con su pueblo, alabemos y demos gracias al
Señor por este acontecimiento que nos atrae en su Santuario, donde nos cubre
con su manto y nos compromete a ser fieles a Jesús, como lo fue Ella hasta el
final”.
Los alumbrantes acercaron al
altar sus ofrendas particulares, junto con el pan y el vino.
Antes de la bendición final,
un grupo de 11 personas se consagraron a Jesús por medio de la Virgen María con
el método de San Luis María Grignion de Montfort.
El Pbro. Ángel Nieva fue el
responsable de invitar a realizar la siguiente consagración:
“Soy todo tuyo María
Virgen
María, Madre mía,
me
consagro a Ti y confío en tus
manos
toda mi existencia.
Acepta
mi pasado con todo lo que fue.
Acepta
mi presente con todo lo que es.
Acepta
mi futuro con todo lo que será.
Con
esta total consagración
te
confío cuanto tengo y cuanto soy,
todo
lo que he recibido de Dios.
Te
confío mi inteligencia, mi voluntad, mi corazón.
Deposito
en tus manos mi libertad,
mis
ansias y mis temores,
mis
esperanzas y mis deseos,
mis
tristezas y mis alegrías.
Custodia
mi vida y todos mis actos
para
que le sea más fiel al Señor
y
con tu ayuda alcance la salvación.
Te
confío ¡oh¡ María, mi cuerpo y mis sentidos
para
que se conserven puros,
y
me ayuden en el ejercicio de las virtudes.
Te
confío mi alma para que Tú
la
preserves de todo mal.
Hazme
partícipe de una santidad igual a la tuya,
hazme
conforme a Cristo, ideal de mi vida.
Te
confío mi entusiasmo y el ardor de mi juventud,
para
que Tú me ayudes a no envejecer en la fe.
Te
confío mi capacidad y deseos de amar;
enséñame
y ayúdame a amar como Tú
has
amado y como Jesús quiere que ame.
Te
confío mis incertidumbres y angustias
para
que en tu corazón yo encuentre
seguridad,
sostén y luz, en cada
instante
de mi vida.
Con
esta consagración me
comprometo
a imitar tu vida.
Acepto
las renuncias y sacrificios
que
esta elección comporta, y te prometo,
con
la gracia de Dios y con tu ayuda,
ser
fiel al compromiso asumido.
¡Oh!
María, Soberana de mi vida y de mi conducta,
dispón
de mí y todo lo que me pertenece,
para
que camine junto al Señor
bajo
tu mirada de Madre,
¡Oh!
María, soy todo tuyo y todo lo
que
poseo te pertenece ahora y siempre.
Amén.
Al concluir, el sacerdote le
impuso la medalla a cada consagrado haciendo la señal de la cruz.
La celebración eucarística
finalizó con la bendición y la Oración por los 400 años del hallazgo de la
Sagrada Imagen.