“En esta jornada se cumplen exactamente
323 años en que Jesús Sacramentado y su Bendita Madre cruzaron el río del Valle
para fundar definitivamente la ciudad de san Fernando del Valle, para ser la
capital de la naciente provincia de Catamarca. Esta verdad histórica no podemos
soslayarla ni olvidarla, puesto que en la misericordiosa providencia divina,
esto ha sido previsto y se ha cumplido”, expresó Mons. Urbanc.
Durante la tarde del sábado
7 de abril, en el aniversario 323° del traslado de la Imagen cuatro veces
centenaria de la Virgen del Valle,
que providencialmente coincidió con el
inicio del Septenario en su honor, miles fieles participaron de la Santa Misa, en
la Ermita de Valle Viejo, que fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis
Urbanc, y concelebrada por numerosos sacerdotes del clero catamarqueño.
A los devotos de la
parroquia anfitriona, San Isidro Labrador, se unieron los peregrinos que
llegaron de las parroquias vecinas del Valle Central y de Capital con las
imágenes de sus Santos Patronos. Participaron los intendentes de San Fernando
del Valle, Lic. Raúl Jalil, y de Valle Viejo, Ing. Gustavo Jalile, entre otras
autoridades.
En su homilía, Mons. Urbanc
destacó el sentido de esta manifestación de fe expresando:
Madre
Fundadora. Hoy es un día muy especial, puesto que nos
encontramos celebrando esta Eucaristía en el solar donde por unas 8 décadas fue
venerada esta sagrada imagen de la Pura y Limpia Concepción. Qué dichosos nos
debemos sentir y, por lo mismo, cuánto tenemos que agradecer al Buen Dios que
nos permite tener esta bella e inmerecida experiencia.
A mediodía llegamos en
solemne peregrinación y, después de celebrar esta Santa Misa, regresaremos con
gran regocijo al Santuario de nuestra Madre celestial, para solemnizar esta
jornada en la que se cumplen exactamente 323 años en el que el Señor Jesús,
Sacramentado, y su Bendita Madre cruzaron el río del Valle para fundar
definitivamente la ciudad de san Fernando del Valle, para ser la capital de la
naciente provincia de Catamarca.
Esta verdad histórica no
podemos soslayarla ni olvidarla, puesto que en la misericordiosa providencia
divina, esto ha sido previsto y se ha cumplido. Por lo cual, a nosotros nos
compete la grave responsabilidad de hacer que se la valore y respete como
es
debido, ya que en ello se juega nuestra felicidad y la prosperidad de las
futuras generaciones. No olvidemos el proverbio español: “ser agradecidos, es
de bien nacidos”.
Así como Dios obró hace tres
siglos por causas segundas, en la persona del teniente gobernador, Bartolomé de
Castro, y otros colaboradores, sea clérigos, sea laicos, también hoy nos
necesita a cada uno de nosotros para llevar adelante su tarea social, cultural
y religiosa. La tarea, insisto, la tenemos que hacer con Dios y de la mano de la
Virgen del Valle, si queremos que sea fecunda, humanizadora y duradera.
Misericordia
de Dios. Hoy nos encontramos en las vísperas de la culminación de
la octava
de Pascua, en la que, san Juan Pablo II, ha dispuesto se celebre
solemnemente la Misericordia Divina que se materializó en el misterio de la
Encarnación y la Redención de la especie humana, por pura benevolencia de su
infinito Amor.
Estrechamente asociada a
esta divina iniciativa está la Virgen María, a la que Dios preservó de toda
mancha de pecado en vistas a la misión que le tenía reservada, no sólo para ser
la Madre de su Hijo encarnado, sino para asumir a perpetuidad la maternidad y
cuidado de toda la humanidad, creada, redimida y permanentemente santificada
por Él.
Por tanto, la Santa Virgen
María, tan estrechamente vinculada al plan salvífico, ostenta de modo
eminentísimo el título de Madre de Misericordia. Y, no debería haber persona
alguna que se atreva a cuestionarlo, sin caer en graves consecuencias para su
salud espiritual y humana. Quien ose prescindir de la maternal y misericordiosa
ayuda de la intercesión y el ejemplo de la Madre de Dios y Madre de los
hombres, se complica, sin más, la propia existencia, pero no por ello la
bendita Madre lo abandonará, sino que pondrá todo de sí para cautivar esa alma
errática, confundida y desolada.
Fuerza
renovadora. Lo que acabamos de escuchar en la primera
lectura de los Hechos de los Apóstoles, que nos narra cómo vivían los primeros
cristianos, es fruto de haber experimentado la fuerza sanadora y renovadora de
la Misericordia de Dios, que es infinitamente superior a todo lo creado que
podamos conocer. Es por ello que “pensaban y sentían lo mismo”, “ponían todo en
común y se lo distribuía según las necesidades de cada uno; y nadie llamaba
suyo propio las cosas que tenía” (Hch 4,32-35). Al igual, el salmista proclama
que la Misericordia del Señor es eterna, e invita a dar gracias por ello (cf.
Sal 117).
En el pasaje del Evangelio,
Jesús Resucitado, establece el sacramento de la Misericordia, para el perdón de
los pecados, y lo confía a los sacerdotes, para que perpetúen la Paz que Él
estableció por medio de su oblación pascual (cf. Jn 20,19-31), y nos invita,
como a Tomás, a que le creamos a Él y a la Iglesia, a la cual confía el
ministerio de la reconciliación, por medio de sus pastores. ¡Qué bueno que nos
sintamos dichosos porque creemos sin haber visto, sin tener grandes evidencias,
ni extraordinarias experiencias místicas! Así fue la fe de la Virgen María, la
humilde servidora del Señor, con la que se puede vencer al mundo, al demonio y
a la carne, pues Ella siempre creyó que Jesús, sea en el pesebre de Belén, sea
en el madero de la Cruz, es el mismísimo Hijo Eterno de Dios, que vino a
salvarnos. Y que, para vivir en comunión con Él, necesitamos cumplir sus
mandamientos, que no son pesados (cf. 1Jn 5,1-6).
Encuentro
de sacerdotes. En fin, queridos hermanos, los invito a que
nos adentremos con ánimo grande en este septenario, en el que nos tocará
recibir a sacerdotes y obispos de todas las diócesis del NOA, que se unirán a
nuestro júbilo para alimentar su espiritualidad sacerdotal en contacto con la
piedad del pueblo de Dios, que se expresa de un modo particular en el amor a la
Madre de Dios, y que aquí toma el tierno nombre de Virgen del Valle. Este
tesoro de la piedad popular tenemos que encarnarlo en nuestros niños y jóvenes,
pues les será de gran ayuda en los desafíos ignotos del mañana. Todo esto lo
confiemos a la poderosa intercesión de nuestra querida Morenita del Valle y de
su esposo san José”.
Luego de la celebración
eucarística hubo un momento de adoración al Santísimo Sacramento.