“Que
seamos discípulos-misioneros bien formados para
que sepamos dar razones de nuestra esperanza”
En la mañana del domingo 30
de abril, se llevó a cabo la Misa Solemne, principal celebración eucarística de
la jornada, presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y
concelebrada por sacerdotes del clero catamarqueño y de provincias vecinas que
llegaron como peregrinos al Santuario Mariano.
Participó de la ceremonia
litúrgica una gran cantidad de fieles devotos y peregrinos, que colmaron el templo
catedralicio para tributarle honores a la Madre Morena ubicada en su trono
bellamente adornado con flores rosadas, al igual que el altar, el cirio
pascual
y el ambón desde donde se proclamó la Palabra de Dios.
En su homilía, a tono con el
año dedicado a la formación de los discípulos misioneros, el Obispo destacó que
“la formación es un elemento imprescindible para poder valorar y vivir de la fe
que recibimos de nuestros mayores por medio de la Iglesia, que es madre, a
ejemplo de la Madre del Señor. Aprovechemos muy bien el tiempo para profundizar
las verdades reveladas y que están contenidas en el símbolo de la fe, el Credo.
Esto les permitirá amar más a Dios y al prójimo. Fruto de este amor surgirá el
servicio a la noble causa del reinado de Dios en el mundo. Quien conoce, ama; y
el que ama, sirve a ejemplo de Jesús que ‘no vino a ser servido, sino a servir,
y a dar la vida’; más aún, a darnos su vida, para que también nosotros lo
imitemos”.
En otra parte de su
predicación expresó: “Querida Madre del Valle, nuevamente tu amor y
tu
fidelidad nos han convocado para decirte gracias, y perdón por nuestras
torpezas. Una sola cosa te pedimos, no te canses de llamarnos porque te
necesitamos. Tú sabes que somos inconstantes, olvidadizos, desagradecidos,
reincidentes y flojos para vivir de acuerdo a la fe y esperanza cristianas; a
cada paso nos atrapa el mundo con sus vanas ilusiones y nos apartamos del buen
obrar, según la caridad que nos legó tu amado Hijo Jesús. Escucha las súplicas
de tantos hijos e hijas que claman por tu maternal socorro, otórgales la gracia
de conocer más y mejor a Jesús, el fruto de tu vientre purísimo, para que sepan
pedir lo que verdaderamente necesitan, y lo reciban del Buen Padre Dios; así
crecerá en ellos la fe y el amor a Dios y a los semejantes”.
Y rogó: “Concédenos la
gracia de que todos seamos Discípulos-Misioneros bien formados como Tú para que
‘sepamos dar razones de nuestra esperanza a quienes nos la pidan’”.
La celebración litúrgica
contó con el servicio de música del Coro Cantus Nova, dirigido por el Prof.
Ariel muego de la liturgia eucarística, el Obispo rezó la oración del trienio
de preparación por los 400 años del hallazgo de la Imagen de la Santísima
Virgen del Valle delante de su trono y dio la bendición final a todos los
presentes y a quienes participaron de la Santa Misa a través de la transmisión
en directo de Radio María.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILIA
Queridos devotos y
peregrinos:
Con esta celebración Eucarística honramos
con toda solemnidad a nuestra Bendita Madre del Valle, la Pura y Limpia
Concepción, de quien nació el Salvador del Mundo, Jesús, el Mesías.
¡Bienvenidos a esta sagrada liturgia! Que reciban en ella las gracias que necesitan
para vivir más a fructuosamente su fe, esperar con mayor gozo el abrazo
definitivo con Dios y amar con el estilo de Jesús a sus semejantes.
Para este día se nos propuso meditar acerca de la
Eucaristía como fuente y cumbre de la formación de los discípulos-misioneros.
En verdad la Eucaristía es verdadera cátedra de espiritualidad y vida
cristianas. En ella somos alimentados con la Palabra de Dios y con el Cuerpo y
Sangre de Cristo, y, así, fortalecidos para el ejercicio diario de la caridad,
de manera que seamos verdaderos y alegres “Discípulos-Misioneros como María”.
En la primera lectura del Apocalipsis, la Palabra de Dios
nos anoticia del fruto irrevocable que produjo la Pasión, Muerte y Resurrección
de Jesús: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la
primera tierra desaparecieron y el mar ya no existe más. Vi la Ciudad Santa que
descendía del cielo… y Dios mismo morará con los hombres y será su Dios. Él
secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor,
porque todo lo de antes ya pasó” (cf. Ap 21,1-4). Todo esto se puede afirmar
como realidad absoluta e incuestionable porque Cristo está vivo, vencedor del
pecado y de la muerte eterna, pues resucitó al tercer día, según las Escrituras
y nos envió al Espíritu Santo, Señor y Dador de vida.
En todo este Plan Misericordioso del Padre Eterno,
también está la Virgen María, como estrecha colaboradora de la redención del
mundo. El SÍ eterno del Hijo al Padre, tiene su correlato en el Sí terreno de
la Virgen Madre, con el que se revierte de modo definitivo la desobediencia
original.
De igual modo, el himno paulino de la carta a los efesios
(Ef 1,3-12) engloba a la humilde servidora de Nazaret, quien representa el bien
por excelencia y la elegida antes de la creación del mundo para ser la Madre
del Salvador, a fin de que fuéramos santos e irreprochables ante Dios por el
Amor. Ella es la primera predestinada a ser hija de Dios para dar a luz al Hijo
único de Dios. En la sangre derramada por el Hijo para el perdón de los pecados
corría también la sangre de la fiel Madre dolorosa, representante fidedigna de
la sufriente e ingrata humanidad. El corazón de la Gracia del Padre en favor de
la redención de la humanidad es su Hijo amado, pero asociada estrechamente va
la Madre santa. Ella pertenece al designio misericordioso que nos hizo conocer
el misterio de Dios que estableció de antemano en Cristo para que se cumpliera
en la plenitud de los tiempos, y así, congregar todas las cosas, celestes y
terrestres, bajo un solo Señor, que es Cristo y también allí está, a la que
coronó como Reina por su libre y total obediencia. Por Cristo y con María somos
herederos de cuanto esperamos para alabanza de la Gloria de Dios Padre en el
Espíritu Santo.
Tanto amó Dios a la Virgen pre-redimida que la asoció no
sólo a la Encarnación de su Hijo, sino que la condecoró haciéndola partícipe de
su Cruz, a fin de que su maternidad (cf. Jn 19,26-27) se extendiera a todos los
seres humanos de todos los tiempos, razas y naciones. Allí ya estábamos
presentes nosotros, que desde hace 400 años la honramos como Madre, Maestra y
modelo de todas la virtudes que necesitamos tener para merecer tan grande
regalo de la Providencia de Dios en orden a encaminar nuestras vidas según las
pautas del Evangelio y de la fe recibida en el bautismo. Se nos pedirá cuentas
de este Don y no tendremos excusas de no haberlo aprovechado.
Mis queridos hermanos, la formación es un elemento
imprescindible para poder valorar y vivir de la fe que recibimos de nuestros
mayores por medio de la Iglesia, que es madre, a ejemplo de la Madre del Señor.
Aprovechemos muy bien el tiempo para profundizar las verdades reveladas y que
están contenidas en el símbolo de la fe, el Credo. Esto les permitirá amar más
a Dios y al prójimo. Fruto de este amor surgirá el servicio a la noble causa
del reinado de Dios en el mundo. Quien conoce, ama; y el que ama, sirve a
ejemplo de Jesús que ‘no vino a ser servido, sino a servir, y a dar la vida’
(cf. Mc 10,45); más aún, a darnos su vida, para que también nosotros lo
imitemos.
Querida Madre del Valle, nuevamente tu amor y tu
fidelidad nos han convocado para decirte gracias, y perdón por nuestras
torpezas. Una sola cosa te pedimos, no te canses de llamarnos porque te
necesitamos. Tú sabes que somos inconstantes, olvidadizos, desagradecidos,
reincidentes y flojos para vivir de acuerdo a la fe y esperanza cristianas; a
cada paso nos atrapa el mundo con sus vanas ilusiones y nos apartamos del buen
obrar, según la caridad que nos legó tu amado Hijo Jesús. Escucha las súplicas
de tantos hijos e hijas que claman por tu maternal socorro, otórgales la gracia
de conocer más y mejor a Jesús, el fruto de tu vientre purísimo, para que sepan
pedir lo que verdaderamente necesitan, y lo reciban del Buen Padre Dios; así
crecerá en ellos la fe y el amor a Dios y a los semejantes.
Concédenos la gracia de que todos seamos
Discípulos-Misioneros bien formados como Tú para que ‘sepamos dar razones de
nuestra esperanza a quienes nos la pidan’ (cf. 1Pe 3,15). Amén